sábado, agosto 06, 2005

Pesadillas estivales

Comprobado. El verano (la peor estación del año) me hace aumentar el índice de pesadillas por noche. Incluso ya estoy llegando a sentir que voy de viaje cuando me voy a encontrar con Morfeo. Como quien va a la guerra y su madre lo despide de un beso en la frente. Momentos en los que se sabe que solo hay incertidumbre allí afuera. Que abres una puerta que siempre debió permanecer cerrada. Ayer, en medio de la duermevela, me percaté de que había un desconocido a mi lado. Mientras retomaba la historia de mi vida en el momento que la dejé antes de ir a la cama, sentía pavor, miedo. ¿Quién estaba a mi lado? Llegué a pensar que era domingo y que la juerga del sábado habría sido antológica y por eso estaba acompañado. Sentí que llevaba años de casado y que en cualquier momento los niños gritarían desde su habitación para despertar a sus progenitores. Sentí que vivía en Bangladesh y que eramos muchos y muy pobres, así que compartía mi cama con algún familiar obeso. ¿Quién era yo? ¿Qué había antes de irme a la cama? ¿Lo que dejé al dormir merecía la pena? ¿Qué he dejado? Tardé demasiado en recordar.


Es la misma sensación que se tiene cuando uno despierta en un hotel o en otra ciudad cuando está de viaje, la misma sensación pero durante mucho mas tiempo. Como la sombra que sigues para ver dónde termina y ves que a pesar de hacerse estrecha, se alarga casi hasta el infinito. Y aumentas la velocidad para llegar al final mas pronto y solo consigues alimentar mas ansiedad, un ciclo infernal. Los latidos aumentan y la duermevela se aferra mas. Ya, era yo. El mismo. No habría nada mas de que quejarse, me recordaba. Nada por que luchar. La situación no había cambiado y no había nada distinto, las cosas están como cuando las dejé.


Es inevitable pensar que cada vez que voy a cama siento morir. Muero todos los días. Por obra de la naturaleza, mi yo, mi extensión material y el resto del atrezo se unen de nuevo en las mañanas, con el ruido de las palomas que me despiertan, con la radio anunciándome una nueva tragedia, con la sensación de repetir el día como el de ayer, con la idea de volver a retomar mi vida y preguntarme qué hago aquí y por qué. Muero todos los días.