sábado, diciembre 10, 2005

Extraña sensación


En las mañanas, antes de despertar, tengo una extraña sensación. En los pocos segundos que tardo en despertar totalmente, mi mente intenta reencontrarse con la historia de vida que dejó al dormir. Me siento como una serpiente que ha mudado de piel solo para dormir, piel que luego tendrá que volverse a poner. Un afán enfermizo de buscar la ropa que llevaba todo el día anterior (ropajes que cargan personalidades y, una y solo una historia personal). En esa búsqueda que a veces se me hace eterna, exploro muchos posibles caminos. Alguna vez pensé que despertaría siendo un médico depresivo de un gran hospital neoyorquino, bombero valiente pero con poco trabajo en Katmandú, conserje del palacio Real de algún monarca Africano, mendigo desterrado de las calles céntricas de Praga, un baquiano viejo de algún río tropical, un sicópata en tratamiento en algún psiquiátrico insalubre, un preso con cadena perpetua en alguna cárcel hacinada, un consultor engranaje de una gran empresa, un vendedor de lotería ciego que habla con confianza con el señor del quiosco, un vendedor de discos ilegales en una ciudad legalista, un joven ácrata propagador de ideas revolucionarias, un panadero que lleva despertándose a las cuatro de la mañana desde hace cincuenta años para hacer el pan, un conductor aburrido de cara abatida y con ganas de terminar la jornada para ir a casa a encender la tele, un alto ejecutivo pensando cómo suplir su dosis de cocaína para el fin de semana mientras hace un swing al hoyo tres, un vendedor telefónico de artilugios innecesarios, un habitante selvático que debe recorrer doce kilómetros para ir a trabajar en el granero del caserío mas cercano.

Esta mañana pensé que era un don nadie que tenía un viaje para Londres el próximo domingo y que tenía previsto estar unos meses allí sin muchos planes concretos pero con una sensación de huida temporal. Eso pensé y acerté.

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