Yo también tengo amigos imaginarios. Si, como casi todo el planeta, que piensa, rompe, asesina, trabaja, baja, besa, come, se reproduce, calla, enamora y engaña, mientras siente que es observado por al menos un ser imaginario (¡vaya un voyeur!). Yo no podría actuar distinto, por supuesto. Los míos no están allí todo el tiempo, poniendo o quitando cáscaras de banano por donde voy sino haciendo sus cosas como todo el mundo.
Por ejemplo, está Joaquín, que no tiene que trabajar y dedica seis meses de su vida a viajar por donde le da la gana y otros seis meses preparando el siguiente viaje. Joaquín, tiene el vicio (tengo que llamarlo vicio) de ir al barbero por donde quiera que va. Yo siempre le digo que es la razón por la que se tarda tanto en cada sitio: esperando que le crezca el pelo un poco. Porque si algo hay que decir de Joaquín, es que es muy respetuoso con la gente y no va a andar por ahí, pidiendo cortes de pelo sin necesidad.
Tiene mil y una historias que contar y solo escuchándole hablar de los barberos, se puede, uno, estar horas y horas. Cómo olvidarse el barbero risueño de El Cairo, que tardó mas de dos horas en terminar. El de Estambul que no paraba de hablar de su hijo médico. Del barbero, en Sevilla, que en el verano no solo corta el pelo sino que hace la afeitada perfecta (dice que el calor abre los poros). El peluquero en Ulán Bator que usa dientes pulidos de camello para arrancar el pelo sin dolor mientras duerme al paciente hablando ese dulce idioma que hablan por allí. La peluquería con masaje de pies y manos simultáneo en Costa Rica. Ha puesto su cabeza a disposición de peluqueros filósofos, dentistas, chamanes, políticos frustrados, bomberos, y hasta un taxidermista. Todo el mundo sabe cortar el pelo, dice.
Joaquín, como muchos calvos, siempre anhela tener mas y mas pelo. Yo siempre le digo que no tiene que buscar explicaciones absurdas para sus viajes, pero me dice que no es eso, que son maneras, métodos de relacionarse con las comunidades locales para poder empezar el viaje de verdad.
Así que si ven a un calvo por allí, hablando con acento extraño y mostrando sumo interés por charlar, llámenlo Joaquín, igual estámos de suerte y estamos sincronizados, pensando en lo mismo.